En baloncesto, existe un elemento que, a pesar de no ser animado, cambia completamente la concepción del juego. Sin él, este deporte pasaría a ser otro totalmente distinto. Os hablo del tablero. Un tablero de baloncesto se levanta imperioso sobre los cuerpos que van a luchar, de forma descarnada, por introducir el balón en el aro. En la reputación del baloncesto actual, usar el metacrilato parece que es una forma ruin de practicarlo, es la manera sucia de meter una canasta, el camino fácil que deshecha la floritura, arte principal por el que la chavalería se introduce en este juego. Sin embargo, también existen los metódicos, quienes teorizan sobre el arte de pivotar sobre sí mismo, sobre las características de la asistencia y la efectividad del tablero. Cuando comencé a jugar, me instruía un maestro gallego que estaba de paso por el pueblo. En su afán porque ejecutáramos un baloncesto minucioso, siempre nos gritaba: «¡Buscad el tablero. Hay que buscar el tablero, carallo!». Por aquella época brillaban, sin astro capaz de asomarse ni siquiera a sus tobillos, Kobe Bryant, Jason Williams, Shaquille O´neill, Vince Carter... y en un rincón apartado, sin masas aduladoras, se encontraba uno de los jugadores más perfectos que ha dado la Historia: Tim Duncan.
Tim «Siglo 21» Duncan, como el genial Andrés Montés lo apodaba, ha sido el mejor jugador que he visto usando el tablero. Si uno observa de lejos a Duncan, puede pensar que es jugador de baloncesto por su altura. Lo demás que nos ofrecen sus facciones es una persona ausente, taciturna, que está en el mundo por estar. En resumidas cuentas, nunca pensaríamos que se trata del mejor ala-pívot que haya parido una cancha. Duncan es el baloncesto -perdonen que caiga en este tópico manido y redundante, pero no se me ocurre otra sentencia para catalogarlo-. Si uno ve a Duncan jugar, observa cómo utiliza todos los movimientos que nos enseñaron de pequeños, con la diferencia de que él los ha usado enfrentándose contra armatostes que se hacían aún más grandes a golpe de pesas y de dólares, en el poco desdeñable periplo de 17 años.
Luego está su carácter, silencioso, como un espectro por la pista. Escribiendo este artículo he intentado recordar un mal gesto de Duncan, pero no hay manera de que acuda ninguno a mis recuerdos. La revista de baloncesto Kia en zona publicó hace unos días un post del facebook de Etan Thomas, ex-jugador entre otras franquicias de Oklahoma City Thunder, en la que el pívot contaba una anécdota que define a la perfección el carácter de Duncan sobre una cancha de baloncesto. Según Thomas, encaró a Duncan dando dos pasos y alejándose de él para que no lo taponara, soltando un gancho que finalmente fue bloqueado. En la jugada siguiente, cuando ambos corrían hacia la otra canasta, Duncan le dijo al oído: «Ese fue un buen movimiento, pero tienes que meterte más sobre mi cuerpo, así o sacas falta o al menos yo no puedo taponarlo».
Tim Duncan es la antítesis perfecta de Guti. Si el ex-jugador del Real Madrid ha sido durante toda su carrera la «eterna promesa», Duncan ha sido para nosotros el «eterno retirado». No ha habido playoffs de los últimos cinco años en el que no hayamos lamentado que era el último partido del 21 de los Spurs. Cuando más convencido estuve fue cuando falló una canasta medio fácil en el séptimo partido de las Finales de 2013 contra Miami Heat, canasta que le arrebataba el anillo. Después del fallo dio dos palmetazos en el parqué que inducían a pensar en la catástrofe. Perdió, pero no se retiro. Al año siguiente barrió a los Heat 4-1, para adjudicarse el 5º anillo de su carrera. Pero ahora sí, ahora sí se ha retirado Tim «Siglo 21» Duncan. Me he imaginado a Gregg Popovich llorando. Y no es para menos. Para muchos, también se nos ha muerto una parte del baloncesto.

Publicado en Arcos Información ( 22/7/16)