Estimada Ana,
Supongo que se habrá preguntado por el extraño motivo de una ausencia tan prolongada. Todo tiene una explicación. En mi caso, no debiera ser una excusa, pero si atendemos a la concatenación de los hechos, si auscultamos la respiración de los actos, he de suponer que puedo volver a contar con la generosidad de su atención.
Tengo que decirle que acabo de sufrir una mudanza. En realidad no hace un día, ni dos, ni tres. Fue hace dos meses exactos. Aunque como sabe, usted que huyó de la provincia a la capital, una mudanza puede dejarle a uno vacío. A decir verdad, hay pocas cosas que tenga que contarle, pero he abierto mi ordenador y he notado un agujero negro en la barriga. No me he asustado, casi que lo esperaba, mas si he sentido unas ganas horribles por hacérselo saber. Una mudanza trae consigo cosas tristes, muy tristes, tristísimas. Intentaba convencerme mientras empaquetaba cajas de que no me dejaría arropar por el manto de la tristeza. Es inevitable, tiene unas uñas capaces de abrazarte.
Para combatir el tedio de las tardes doblo calcetines. Todos. Los de mi padre, mi madre y mis hermanos. Los doblo y miro por el balcón como caminan los viejos y las viejas con la rebeca negra recogida, intentando evitar los saludos de la gente. Y también pasan hombres y mujeres muy cabizbajos, como si les pesara andar, como si tuvieran encima ya a la vida aprisionándoles. Yo les digo los hombres oscuros. No es una ocurrencia mía, por supuesto, no estoy a la altura de un calificativo tan soberbio, es el título de un poemario de Julio Mariscal. Pasan hombres oscuros. Ahora no puedo evitar pensar que el poeta hilvanaba los versos mientras planchaba calcetines.
En cuanto a aquello del clima, no te voy a negar que he agradecido unos rayos de sol. El norte de Alemania está demasiado abrigado por las nubes. La otra mañana me encontraba en Cádiz, ya sabes, burocracia superflua -en Cádiz me di cuenta que llevo cinco años con los estudios retrasados, quizás sea un lustro glorioso para mi futuro currículum-, y me encontré con una chica alemana. Estuvimos hablando del sol. Uno, que es inocente y cree que la gente no se arraiga a su tierra, intentó sacarle las tripas de la envidia a la chica en lo referente al clima. Pero ella, muy rubia y muy segura, me dijo que ya echaba de menos las nubes. <<Eres muy triste>>, le dije yo, además en alemán, demostrando que sé medir las palabras con la gente desconocida, sobre todo con alemanes. Creo que no le sentó muy bien.
Aparte del desastre que te deja un cambio de domicilio, una película sobre mudanzas ha duplicado la voracidad de la hecatombe. La película se llama Boyhood. En ella, un chico sufre las funestas consecuencias de andar cada dos por tres de un lado para otro, amontonando la desdicha de que en realidad, por muchos cambios de domicilio que hagas, nunca pasa nada. Y en esas ando, conociendo que nunca he hecho nada en mi vida. <<Es como si siempre es ahora mismo>>, dice el protagonista de Boyhood. Aunque nada cambie, eso es lo que nos gusta, querida Ana, estar siempre en la tarea de doblar calcetines, mirando pasar hombres oscuros, masticando la desdicha.
 
Foto: Boyhood.