Una señal es argumento suficiente para que ponga de puntillas mi desconfianza. Ocurre que a veces es mejor sentarse en el sofá, con el mando de la Play Station en la entrepierna disputando un Fiorentina-Sassuolo, y dejar que los acontecimientos que vienen, por muy graves que sean –es posible incluso que tu madre te mande embalar con papel de plata una tortilla-, se solucionen por sí solos. Así al menos riges tus tardes por fracciones de tiempo que van de diez minutos en diez minutos, lo que dura un partido de consola. Porque una señal, una minúscula señal incluso, es capaz de taladrar el tiempo como un obrero municipal taladra la acera de tu calle a las ocho de la mañana.
Me atrevo a afirmar, a sabiendas de que los eruditos acuchillarán la pantalla de su ordenador cuando lo lean, que el tiempo es aquello que transcurre con normalidad hasta que una señal aparece. Se me viene a la cabeza un relato de Cortázar titulado El perseguidor. En él, el escritor argentino nos cuenta las manías y los problemas existenciales de un saxofonista de jazz enganchado a la marihuana llamado Johnny Carter (personaje inspirado en el saxofonista Charlie Parker), desde la perspectiva de un crítico musical llamado Bruno. En el relato, Bruno nos cuenta: <<Johnny estaba en gran forma en esos días, y yo había ido al ensayo sólo para escucharlo a él y también a Mile Davis. Todos tenían ganas de tocar, estaban contentos, andaban bien vestidos (de esto me acuerdo quizás por contraste, por lo mal vestido y sucio que anda ahora Johnny), tocaban con gusto, sin ninguna impaciencia, y el técnico de sonido hacía señales de contento detrás de su ventanilla, como un babuino satisfecho. Y justamente en ese momento, cuando Johnny estaba perdido en su alegría, de golpe dejó de tocar y soltándole un puñetazo a no sé quién dijo: “Esto lo estoy tocando mañana” […] “Esto ya lo toqué mañana, es horrible, Miles, esto ya lo toqué mañana”>>. Es una prueba incontestable de que una señal puede desbaratar el tiempo como unas manos torpes un cubo de Rubik.
 Por eso yo soy de los que cuando perciben una señal sienten frío en el cogote. Recuerdo lo que le ocurrió a un amigo hace unos años. Mi amigo vivía en un barrio residencial a las afueras del pueblo, en el que se entraba por entre dos tinajas que encuadraban el camino a seguir. Podemos decir, hablando rápido, que las tinajas eran una señal en los días de lluvia, ya fueran de agua o de alcohol. Lo normal en los habitantes del barrio era no guiarse por las tinajas, sino girar en el punto exacto con la parsimonia de la costumbre. Un dia, mi amigo iba tan borracho que dudó de su parsimonia. Las obras en la entrada del barrio residencial dificultaban un poco la visión. Entonces mi amigo pensó que lo óptimo era entrar por medio de las dos tinajas y luego encauzar el trayecto hasta su casa. Cuando visualizó una tinaja, mi amigo giró a la izquierda, y en el momento en que creía que sentiría la carretera suave debajo de las ruedas de su Hyundai, se vio cayendo con precipitación hacia la cuneta de un pinar. Cuando se bajó del coche para averiguar qué había ocurrido, con fango y hojas de pino hasta el cuello, se dio cuenta de que la primera tinaja había desaparecido y se había dejado llevar por la tinaja incorrecta. Hubiera sido más fácil cerrar los ojos y que el coche hubiera girado solo, sin señales de por medio.  
En realidad, os hablo de las señales porque el otro día tuve un sueño. Los sueños son otro tipo de señales más escarpadas. En él, mi madre, mi cuñada y mi hermano me esperaban en casa de mi abuela. Cuando llegué, los vi reunidos sobre una pila y me acerqué. Mi cuñada y mi hermano miraban cómo mi madre cocinaba unos excrementos empanados como morcillas de grande. No sé de qué eran los excrementos, sólo sé que no eran humanos. Así, comencé a ayudar a mi madre a empanar los excrementos, y mi madre los cocinaba en un aceite muy aguado, y mi cuñada y mi hermano nos miraban empanarlos y cocinarlos como los que miran a un paleontólogo barriendo con una brochecita una piedra. Luego desperté, y por mucho que estuve pensando no conseguí saber -debéis creerme- qué tipo de señales me estaba mandando el tiempo. 

Foto: Bird