Para que la vida no te atropelle de sopetón, es bueno no acudir al pasado. El pasado hay que auscultarlo minuciosamente. Ya Darío dedicó un poema a las personas que auscultan el dolor por la noche, y por extensión, sabemos que casi todos los dolores provienen del pasado. Darío lloraba en su poema Nocturno entre otras cosas la pérdida de un reino. Todo el mundo tiene un reino que proteger. Hay quienes tienen que proteger una hegemonía y quienes, como yo, protegen el recital semanal de empuñar una Fosters de medio litro. Se puede dejar de comprar el pan, incluso de ver el fútbol, pero a una Fosters no se falta. Después que sea lo que dios quiera.
Para proteger un reino hay que saber no quedarse sin respuestas. Don Draper, a base de tapar los agujeros de su pasado y de cambiar decisiones en el momento preciso, sigue manteniendo su dominio en el mercado publicitario. <<El cambio no es bueno ni malo, es simplemente cambio>>, dijo alguna vez. Aunque su castillo de fichas de dominó parece que pronto será derruido por el toque minúsculo del dedo índice del destino, Don Draper sigue disfrutando de Manhattan gracias a su control sobre el pasado. No le pasó lo mismo a Gregorio Olías, el protagonista de Juegos de la edad tardía, de Landero. Olías era de esas personas que construyen una familia por costumbre. Tenía un trabajo normal, una mujer bondadosa y una suegra inaguantable. De niño quería ser poeta. Un día, una llamada despierta de sopetón su pasado. Con la llamada de Gil, un compañero de trabajo que tiene que hacerle los pedidos de la empresa, Gregorio se zambulle en su pasado e intenta vivir en él. El resultado es desastroso. Pierde su reino, el del sosiego del hogar al que estamos destinados los mortales sin ningún don, por no saber auscultar que lo de ser poeta eran chiquilladas.
Para perder un reino no hace falta ser Gregorio Olías. También los poderosos son capaces de perder reinos. Tan sólo hay que leer cualquier novela de Fitzgerald para darse cuenta. Pero la pérdida de un rico es lenta, tiene margen para esconder carencias y un pasado glorioso al que agarrarse. El Barça, al que no hace mucho le brillaban los zapatos y tenía la corbata bien anudada, le está pasando eso mismo, tiene un pasado espléndido al que agarrarse. En lugar de asumir el problema, se viste con el mismo traje, se echa el mismo perfume y sonríe de la misma forma. Pero va de resaca a los sitios. Quizá el Barça necesite olvidarse de si tiene la camisa coja. Es momento de sobrevivir, pero sin acudir al pasado, no vaya a ser que le ocurra como a Joe Gillis, el protagonista de Sunset Boulevard. Gillis intenta sobrevivir y pagar su hipoteca aprovechándose del pasado de una actriz de cine mudo que no acepta que sus días de gloria ya pasaron. Al Barça los días de gloria se le pasaron, pero se empeña en vivir en una mansión de Sunset Boulevard, inconsciente, quizás, de que un día puede amanecer flotando, como Joe Gillis, en una piscina. 

Foto: Sunset Boulevard, Billy Wilder (1950)